La obra reciente de Daniel Lezama tiene como núcleo temático la mitología del Tamoanchan, una región utópica y edénica para los pueblos mesoamericanos (de acuerdo con los historiadores, también un sitio con enclaves reales), en la que se confunden el origen y el fin de la vida y la historia. En la serie de cuadros que recoge este libro, igual que en todo el corpus de su producción, Lezama ha subordinado la referencia mitológica del «lugar del suelo florido» al funcionamiento de la narrativa central de su pintura: las vicisitudes de una familia/comunidad imaginada alegóricamente.
En una nueva revisitación de un tema fijado desde su pintura temprana de los años noventa y que nunca ha desaparecido de su discurso, Lezama ha vuelto a la imagen de Adán y Eva en el paraíso de la plenitud.