Hay libros que son como piedras lanzadas desde los bordes de la poesía a ese lago profundo en donde la vida se refleja algunas veces. En ellos la infancia rebota, como un cartílago que se rompe y juega a enumerar las posibilidades de la muerte. En ellos todo es luz, la algarabía del infierno que se inunda bajo las cobijas y al que le crecen peces dentro del estómago. En Aguacero de plastilina, Edwin Martin se convierte en un pirómano que escribe con cenizas sobre las ondas que forma la tormenta que está por llegar. Hay fiebre y delirio. Un dos bajo la manga de quien le da forma al lenguaje mientras arriba Dios juega a los truenos. Hay libros que son como murciélagos que vuelan por las noches en busca de sangre y de jardines florecidos tras la niebla. Este libro son dos piedras que se besan.
JOHN F. GALINDO