Barcelona entre 1880 a 1910 era una ciudad pujante, rica y próspera.
Una ciudad abierta a todo lo moderno y exótico, donde surgen multitud de teatros y espectáculos variopintos.
Desde parques de atracciones, donde se exhiben todo tipo de números o fenómenos de la naturaleza, hasta museos de cera o taxidermia.
Pero, también, la ciudad condal, como en el resto de Occidente, es hervidero de logias masónicas, sociedades espiritistas,
organizaciones anarquistas, adivinadoras y echadoras de cartas que leen la buena o mala ventura, o sanadores que inventan tratamientos y remedios reconstituyentes capaces de curar casi cualquier enfermedad.