El devenir de un embarazo rutinario se quiebra como si una inesperada tormenta desatase su violencia cruel sobre el mandato de felicidad. Parir, o nacer, no debería ser esto. Un llanto que se ahoga en la nurse de un hospital, el grito de una bebé prematura que se evapora sin escucha, la incertidumbre y el dolor como una llaga, sábanas blancas como un limbo, el amor que promete destruirnos. Devorada por la angustia, pero ferozmente lúcida, con el miedo arropado entre pañales, devenir madre puede ser, también, la experiencia del malestar, de lo incómodo, del enojo. Y una oportunidad para salir a flote cuando todo se hace lodo.