Para alojarla en sus propios huesos y reconocer todo lo ajeno que la habita, la voz poética mata a Mabel, su hermana, estableciendo un diálogo con ella, con la madre y con el padre, mientras se enfrenta, casi en trance, a lo que queda: la culpa, la memoria que hiere, el terrible silencio materno, el espacio espantosamente abierto entre la madre y la hija sobreviviente.